Por Alejandro Duchini
PARA LA GACETA - BUENOS AIRES
“Cristina (Fernández de Kirchner) hoy es la política más importante de la Argentina”, le dice Jorge Fernández Díaz a LA GACETA Literaria durante una larga charla que gira alrededor de su nuevo libro: Una historia argentina en tiempo real - Apuntes sobre la colonización populista y la resistencia republicana (Planeta).
El kirchnerismo, o populismo colonizador, como lo critica, es la columna vertebral del libro. Por eso es que al reconocimiento de la importancia de la vicepresidenta le agrega: “Pero su visión política es nefasta. Cristina es el sol de este sistema solar, por eso me dedico a ella. Para desdicha de los argentinos es un sol negro. Maneja la cabina del peronismo. La última persona que tuvo una idea diferente dentro del peronismo fue Menem. Porque de vez en cuando aparece alguien en el peronismo que tiene una idea. Hoy sin dudas es Cristina la que manda, pero con una armadura ideológica de grandes riesgos”.
-¿Cómo presentarías éste, tu nuevo libro?
-Es un libro que me costó muchísimo escribirlo. Es el que más trabajo me dio en todo sentido porque implica toda mi vida. Mi vida y las anotaciones que viví con el kirchnerismo en el poder. Además implica a mi familia. Por otro lado, no estaba en mis planes convertirme en un escritor político. Pero la política se fue metiendo a través del thriller político de Remil (por el protagonista de sus últimas tres novelas). En paralelo intentaba escribir piezas con aspiración literaria, no de ficción sino ensayísticas y estéticas a través de esos artículos de ideas que escribo los domingos en La Nación.
-De ahí que sea un libro “en tiempo real”.
-Tiene dos comienzos. Uno de ellos, cuando Mariano Grondona se retira de la página de opinión de los domingos y en el diario me piden que lo reemplace. Cuando me dieron esa responsabilidad me di cuenta de que tenía que volver a estudiar porque esa columna buscaba ir al fondo, responder con historia, filosofía, literatura, cine y cultura en general a la actualidad caliente. Este libro es el resultado de estudiar los últimos diez años de la historia política de la Argentina. Y la historia del siglo XIX y del XX. Y haberme interesado por la sociología política, por el revisionismo de los años 7o. Me obligó a volver a los pensadores nacionales.
-Con todo eso, analizás al kirchnerismo. ¿Cómo lo definirías?
-Diría que logró crear un nuevo sentido común en la Argentina. No sólo en los votantes del peronismo sino en la clase media argentina. Un lavado de cerebro muy intenso que si lo superponés con la decadencia argentina desde el 73 a la fecha, a medida que avanzó este relato de pensamiento, avanzó nuestra decadencia. En 1973 había un 3% de pobreza y pleno empleo. Yo jugaba al fútbol con los chicos de la villa Dorrego. No había paco ni violencia desatada. Es cierto que se gestaba la lucha armada y había dictaduras, aunque ninguna sangrienta como la del 76. Todavía existía una sociedad heredera de la cultura del trabajo, de la inmigración, de las reglas. Una sociedad que creía en el progreso, en el desarrollo, en el mérito. Eso se fue limando a través del tiempo. Hoy se les enseña a los chicos que cuando no tienen algo es porque se lo sacaron. Se trabaja en el resentimiento, que meterse en la cultura del trabajo es ser neoliberal, que emprender cosas es individualista. Estos asuntos implantados en el disco rígido de la Argentina hacen posible que el país siga en una caída sin fin.
-¿Y el peronismo?
-Hoy lo siguen reescribiendo, inventando un Perón que existió sólo parcialmente y creando un modo de ver al mundo desde la Argentina. Ese modo de pensar está dentro del PRO, dentro del radicalismo y dentro de la clase media argentina. Lo que quise, entonces, fue escribir un libro de contrarelato.
-En este libro hay otras cuestiones, tal vez más personales.
-Es la parte del libro que tiene que ver con mi idea personal, cuando le rompí el corazón a mi padre porque me quise hacer periodista bohemio y porque abracé a la izquierda. Le hice la vida imposible a Alfonsín, aunque pude pedirle perdón. Escribir este libro fue además doloroso: incluyo un diario escrito en París en el que voy contando cómo se va muriendo mi madre. Está la muerte de mi madre, cuyos valores, los de los inmigrantes, son repudiados por Cristina Kirchner. Ojo, Cristina no piensa en mí, pero yo sí pienso en ella.
-Decías que el país no termina de caer. ¿Cómo creés que se sale de esa supuesta caída?
-Necesitamos un país normal, con una democracia en verdad representativa, con división de poderes de verdad, con acuerdos entre partidos políticos que se alternen, porque el que asume siempre destruye lo que hizo el anterior. Eso es difícil de hacer con el kirchnerismo, porque quiere un solo partido, una autocracia. Creo que hay un montón de gente que quiere un país normal, un país moderno con sociedades democráticas plenas. Desde hace mucho existen dos almas en Argentina. Una que cree en el Estado más que en el mercado y otra más cosmopolita, que quiera exportar, integrarse al mundo. Hay que ponerse de acuerdo porque no puede ser que una Argentina prevalezca sobre la otra. Me encantaría que todos fuésemos cosmopolitas, pero entiendo que hay gente que no cree en eso. Ahora, cuando hay una facción que encarna a un alma y no reconoce a la otra sino que la trata de antipatria y la quiere someter… es el proyecto que está en marcha en el poder actualmente.
-En uno de los artículos contás sobre tu encuentro con el presidente.
-Es otra de las curiosidades de este libro: uno de mis grandes interlocutores, al menos durante ocho años, fue Alberto Fernández. Con él discutí mucho y en general estaba de acuerdo conmigo, como que el peronismo terminó siendo lo que combatía. Cosa que sostengo. Esto es, la burocracia sindical convirtiéndose en millonaria, las ideas extremistas infantiloides del camporismo, una serie de asuntos que están en el libro y que no sólo eran compartidas con Alberto Fernández, sino que llegamos a conclusiones hablando en largas tertulias. El primer lunes de su gestión como presidente me invitó a comer. El encuentro fue afectuoso. No volvimos a hablar.
-¿Qué sentís por Argentina?
-Me duele. Te lo juro. Cuanto más avanzo en la edad más argentino me siento. No hago esto por guita ni por odio ni por marketing sino porque me duele mucho la Argentina. Quiero que mi país pueda volver a ser lo que insinuó ser y retome el desarrollo. Siento que es una obligación personal luchar por eso.
-¿Qué diferencias hay en vos respecto del Fernández Díaz de hace diez años?
-Hace diez años ya había trabajado mi estilo. Tenía 50 años y cierta lucidez y dudas sobre mi trabajo, sobre el país y sobre el mundo. Ya escribía con mi propia voz y tenía esa pretensión de que el articulismo puede ser un arte en el periodismo. Sigo creyendo que en el ensayo hay una gran oportunidad para el periodista político.
-Alguna vez contaste que amabas la lectura del diario en papel, pero los que se imponen son los medios electrónicos. ¿Cómo imaginás el futuro?
-Me interesan todas las plataformas web. Hay una migración de la narración hacia la web. Es decir, que el lector que lee narraciones empieza a leer muchas veces en la web. Queda demostrado en la cantidad de historias que se leen: casos policiales, cuestiones de amor, tanto en lanacion.com como en clarin.com o infobae.com y en cualquier web del mundo. Hay un lector que todavía quiere grandes historias y las busca ahí. Las historias no se terminaron. No quedaron en Netflix. Todo lo contrario: están ahí y se necesitan escritores que las escriban.
-Los medios de comunicación cometieron grandes errores durante la pandemia por Covid 19. ¿Qué pensás sobre eso?
-Todo se hizo más veloz. De todas maneras creo que, como se vio en pandemia, no fueron las redes sociales las que mandaban. Quienes mandaron fueron los grandes medios. Se pudieron equivocar, pero hubo muchas otras equivocaciones, como las de los grandes estadistas o los infectólogos, entre otros. Pero la gente en general sigue buscando a los grandes medios y a los grandes periodistas para encontrar la verdad. Los medios de comunicación siguen siendo muy necesarios.
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